domingo, 15 de diciembre de 2013

Hitchcock y la difícil profesionalización del imaginario social.

El miércoles presentamos en Toulouse el corte final de Le cahier de Kader (El cuaderno de Kader), una película de Cine sin Autor, realizada entre un grupo de niños del Centro Social Alliances & Cutures (perteneciente a la red pública) y un hombre mayor argelino que dio la materia imaginativa para poner en escena:  un recuerdo de su infancia al comienzo de la guerra por la independencia de Argelia, año 1954.
 El imaginario de Kader, fue protagonizado, puesto en escena  y rodado en buena parte por los niños y niñas acompañados por las técnicas del equipo de Cine sin Autor.
Después del visionado, el debate estuvo animado aunque el hecho de que los protagonistas fueran un hombre mayor y un grupo de niños, creó algunos  raros vacíos. 
Kader leyó un breve y emotivo texto. La voz de los viejos tiene algo de solvencia y de profundidad que solo puede provenir de la larga experiencia. 
Cuando llegó el momento de las preguntas a los niños,  hubo un poco de cortocircuito. ¿Cómo se le pregunta a unos niños sobre su propia película?: ¿Disfrutaron? Si. Aprendieron algo. Si.
Ellos no están acostumbrados a los devaneos intelectuales que soltamos los adultos. Se avanzó en una especie de diálogo salvo cuando alguien mencionó la palabra moral. ¿Moral? ¿Qué es la moral?.... y se hizo un profundo silencio.
Digamos que es una experiencia más. Digamos que avanzamos otro pasito. Digamos que alguien ponía  antes de entrar a la proyección, una pregunta repetida sobre los resultados de un proyecto así: ¿es profesional? ¿se alcanza niveles de profesionalidad? Y a eso le sigue una rutina de argumentos: porque la calidad de la imagen.... porque claro, comparado con las películas, etc etc.... 
Lo profesional! Tema recurrente. Allí y aquí. La precoupación por parecerse a ¿qué? de las películas de ¿quién?.
Volvía en ese momento otro pasaje que habíamos leído en el mismo libro de Jacques Aumont que mencionábamos la semana pasada, Las teorías de los cineastas, reflexionando sobre  Hitchcock y el suspense: “Su profesionalismo reviste dos aspectos complementarios: a) la competencia, pero una competencia que no está prefijada: el profesional debe saber hacer cuanto pueda hacerse con el material, sin limitarse al dominio, por perfecto que sea, de una fórmula dada; b) el rechazo  de la improvisación. Hitchcock se aplica a sí mismo esos dos preceptos, sobre todo el segundo (la famosa declaración citada a menudo, según la cual la película termina una vez escrito el guión). Lo que se perfila aquí es - dice Aumont-  en suma, una ideología del dominio. Sus reflexiones sobre el dispositivo y la institución, sobre la forma y sobre el espectador están inextricablemente unidas... una reflexión sobre la máquina-cine, el cine como maquinaria del espectáculo, del imaginario.  Es la cuestión fundamental de la eficiencia. En realidad, todo el dominio está justificado y orientado por una sola consideración: el deseo profundo de “dirigir al espectador”, como dijo ( Hitchcock) en una famosa frase a propósito de Psicosisis... 
... La dirección de espectadores adopta múltiples formas, pero todas ellas confluyen en el siguiente principio general: es preciso disminuir la parte intelectual de la actividad del espectador y aumentar su parte emocional...”
Por ahí nos quedamos. Para ver el abismo que puede haber en la concepción de lo profesional en un sistema y en otro. Hitchcock es un ejemplo de profesionalidad y eficacia extremos. Porque es un ejemplo de dominio de la maquinaria cine en función de sus intereses particulares.
Es importante quedarse en esa relación entre el dominio de unos procedimientos y la eficacia media en algo muy específico: la intención de “dirigir al espectador”.
Allí, posiblemente, radica toda la mecánica profesional. El dominio de la persuasión seductora. La historia del cine podría ser descrita bajo ese motor fundamental. Persuadir rentablemente al espectador. Aumont habla de dirección. Como quien navega un barco. Un poco más para allí. Un poco más para allá. Menos intelecto. Más emoción. Como Christof en el Show de Truman. La profesionalidad es esa ingeniería persuasiva, sagaz, inteligente, dominadora, hipnótica que cautiva a los espectadores movidos por diferentes intereses y objetivos..
Ya sabemos que no existe el espectador como una entidad homogénea y que no se puede hablar de él en general. Hay espectadores de todos los tipos. Pero lo que nos queda como resaca de un tiempo pasado, es la incapacidad de vislumbrar el horizonte de otra profesionalidad. ¿Qué significa para nosotros en Cine sin Autor ser profesionales y dominar el oficio? ¿Lo mismo que para el Hitchcock de hace 40 años?
La respuesta sencilla que podríamos dar desde nuestra experiencia sería que ser profesionales supone dominar el oficio de hacer películas sirviendo técnicamente a grupos de personas que no saben nada de esa actividad. Dominar el arte de permitir socialmente las películas.
Pero eso sería muy insuficiente. Porque ese es el dominio que nos proponemos alcanzar los profesionales de un Cine sin Autor. 
Es insuficiente porque una vez constituida una colectividad cualquiera, el camino común tiene sus propias exigencias profesionales. El dominio de expresión común debe ser alcanzado como colectividad. Debe comenzar el camino de su propia expresión y su propia manera de hacer películas, tal como se le presenta el desafío a cualquier director o profesional que lo emprende.
Y generalmente el dominio de la maquinaria cine, se consigue en sucesivos procesos de creación. 
Esa colectividad formada por los niños y niñas, Kader y el equipo de Cine sin Autor, recién comenzarían un camino en el dominio de una posible expresión común.
La diferencia con la evolución de un profesional, es que cuando se trata de una persona, esta siempre estará consigo misma, obviamente, para poder decidir si continuar o no con su empecinamiento profesional.
En las experiencias colectivas, existe siempre el añadido de que tienden a disgregarse a no ser que se trate de una colectividad que responde a otros fines y está unida por otras circunstancias. 
Solo un cine enraizado profundamente en una dinámica social existente parece poder resistir al violento ocurrir de las cosas. 
Así que nuestras experiencias aún, dejan demasiado beneficio para los profesionales de CsA que para la gente. Es posible que nuestra profesionalización en nuestros propios métodos avance mucho más que los dominios de nuestras colectividades mientras estas se vean atravesadas por circunstancias que impiden un crecimiento común.
No debería ser solo así. Es molesto que sea así. Hay que seguir trabajando para que no sea solo eso, aunque sabemos que tiene su valor.
El panorama para una profesionalización del imaginario social común no está contemplado en el funcionamiento de las cosas en general. Hay que decir que Toulouse no es España. Allí hemos encontrado otros apoyos incluso institucionales. Pero es difícil igual garantizar la continuidad de los grupos y los medios para que pudieran seguir desarrolándose.

Le cahier de Kader dura algo más de 30min. Es el trabajo de un año de un ventenar de personas y algunas instituciones que lo hicieron posible directa o indirectamente. Estamos conformes con el trabajo. Pero no podemos evitar mantener la tensión con una mediana utopía. Sigue habiendo demasiado poco cuidado para la salud imaginativa de la gente. Demasiada poca atención a sus intereses, demasiadas pocas posibilidades de encontrarnos para producir nuestro propio discurso, nuestra propia cultura, nuestro propio cine.

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